viernes, 11 de junio de 2010

Instantes

No soy yo, fue otra, ¿ahora quién vendrá?
No me marcho, jamás vine, jamás pude
estar.

Cada momento soy alguien nuevo y ya no quiero mirar atrás, no olvido lo vivido, es solo que no fui yo quien lo vivió, más que un recuerdo es un relato, un relato largo que a ratos cuesta memorizar, mientras tanto el tiempo se encarga de que sea asunto de alguien más. Si me desato en llanto, después ya no sé porque he de llorar. ¿Y de las alegrías? efímeras, pero así son siempre en la vida.

Una sorpresa a cada instante, descubrir un pasado, tan propio como ajeno, tan extraño, tan familiar, ¿es esa mi vida?, no hay tiempo para cuestionarme cómo fue que llegue aquí, los errores, los aciertos, y los millones de pendientes, pero bueno, alguien más se ocupara de ellos.

La vida, entonces, se reduce a un instante, de esos instantes que duran toda una vida, fugaces, que se extinguen sin dejar rastro, cuya memoria es débil, casi inexistente. Me ata a la vida un hilo delgado, una cadena cuyos eslabones amenazan con perderse, tal vez huir, en cualquier momento. Y me arranca de ella el paso del tiempo, que inclemente me transforma en un recuerdo.

Pero ya no lucho contra el tiempo, por lo menos eso es lo que digo, ahora solo intento retratarle en un instante, ser ahora yo quien lo convierta en un recuerdo, adueñarme de ese ser despiadado, extraviarlo en el olvido, porque nunca me hizo caso, nunca me escuchó, cuando le pedí que los instantes ya no fueran fugaces.

miércoles, 9 de junio de 2010

Silencio

Silencio de Clarice Lispector

Es tan vasto el silencio de la noche en la montaña. Y tan despoblado. En vano uno intenta trabajar para no oírlo, pensar rápidamente para disimularlo. O inventar un programa, frágil punto que mal nos une al súbitamente improbable día de mañana. Cómo superar esa paz que nos acecha. Silencio tan grande que la desesperación tiene vergüenza. Montañas tan altas que la desesperación tiene vergüenza. Los oídos se afilan, la cabeza se inclina, el cuerpo todo escucha: ningún rumor. Ningún gallo. Cómo estar al alcance de esa profunda meditación del silencio. De ese silencio sin memoria de palabras. Si es muerte, cómo alcanzarla.

Es un silencio que no duerme: es insomne; inmóvil, pero insomne; y sin fantasmas. Es terrible: sin ningún fantasma. Inútil querer probarlo con la posibilidad de una puerta que se abra crujiendo, de una cortina que se abra y diga algo. Está vacío y sin promesas. Si por lo menos se escuchara al viento. El viento es ira, la ira es vida. O nieve. La nieve es muda pero deja rastro, lo emblanquece todo, los niños ríen, los pasos resuenan y dejan huella. Hay una continuidad que es la vida. Pero este silencio no deja señales. No se puede hablar del silencio como se habla de la nieve. No se puede decir a nadie como se diría de la nieve: ¿oíste el silencio de esta noche? El que lo escuchó, no lo dice.

La noche desciende con las pequeñas alegrías de quien enciende lámparas, con el cansancio que tanto justifica el día. Los niños de Berna se duermen, se cierran las últimas puertas. Las calles brillan en las piedras del suelo y brillan ya vacías. Y al final se apagan las luces más distantes.

Pero este primer silencio todavía no es el silencio. Que espere, pues las hojas de los árboles todavía se acomodarán mejor, algún paso tardío tal vez se oiga con esperanza por las escaleras.

Pero hay un momento en que del cuerpo descansado se eleva el espíritu atento, y de la tierra, la luna alta. Entonces él, el silencio, aparece.

El corazón late al reconocerlo.

Se puede pensar rápidamente en el día que pasó. O en los amigos que pasaron y para siempre se perdieron. Pero es inútil huir: el silencio está ahí. Aun el sufrimiento peor, el de la amistad perdida, es sólo fuga. Pues si al principio el silencio parece aguardar una respuesta -cómo ardemos por ser llamados a responder-, pronto se descubre que de ti nada exige, quizás tan sólo tu silencio. Cuántas horas se pierden en la oscuridad suponiendo que el silencio te juzga, como esperamos en vano ser juzgados por Dios. Surgen las justificaciones, trágicas justificaciones forzadas, humildes disculpas hasta la indignidad. Tan suave es para el ser humano mostrar al fin su indignidad y ser perdonado con la justificación de que es un ser humano humillado de nacimiento.

Hasta que se descubre que él ni siquiera quiere su indignidad. Él es el silencio.

Puede intentar engañársele, también. Se deja caer como por casualidad el libro de cabecera en el suelo. Pero, horror, el libro cae dentro del silencio y se pierde en la muda y quieta vorágine de éste. ¿Y si un pájaro enloquecido cantara? Esperanza inútil. El canto apenas atravesaría como una leve flauta el silencio.

Entonces, si se tiene valor, no se lucha más. Se entra en él, se va con él, nosotros los únicos fantasmas de una noche en Berna. Que entre. Que no espere el resto de la oscuridad delante de él, sólo él mismo. Será como si estuviéramos en un navío tan descomunalmente grande que ignoráramos estar en un navío. Y éste navegara tan largamente que ignoráramos que nos estamos moviendo. Más de eso, nadie puede. Vivir en la orla de la muerte y de las estrellas es una vibración más tensa de lo que las venas pueden soportar. No hay, siquiera, un hijo de astro y de mujer como intermediario piadoso. El corazón tiene que presentarse frente a la nada sólito y sólito latir alto en las tinieblas. Sólo se escucha en los oídos el propio corazón. Cuando éste se presenta completamente desnudo, no es comunicación, es sumisión. Además, nosotros no fuimos hechos sino para el pequeño silencio.

Si no se tiene valor, que no se entre. Que se espere el resto de la oscuridad frente al silencio, sólo los pies mojados por la espuma de algo que se expande dentro de nosotros. Que se espere. Un insoluble por otro. Uno al lado del otro, dos cosas que no se ven en la oscuridad. Que se espere. No el fin del silencio, sino la ayuda bendita de un tercer elemento, la luz de la aurora.

Después, nunca más se olvida. Es inútil intentar huir a otra ciudad. Porque cuando menos se lo espera, se puede reconocerlo de repente. Al atravesar la calle en medio de las bocinas de los autos. Entre una carcajada fantasmagórica y otra. Después de una palabra dicha. A veces, en el mismo corazón de la palabra. Los oídos se asombran, la mirada se desvanece: helo ahí. Y desde entonces, él es fantasma.

lunes, 7 de junio de 2010

Pongamos que te encierro aquí, Tristeza.

Pongamos que te encierro aquí, Tristeza

Te encierro en esta habitación, cómoda para tu incertidumbre y me marcho a vivir una vida normal. 

Digamos que te quedas quieta y al cerrar la puerta yo me olvido de ti.
Nunca más me molestas ni yo me molesto en ponerte atención, en alimentarte con mis lágrimas y arullarte con mis miedos.

Supongamos que yo puedo darte la espalda y tu no me seguirás, que mi alma te desconoce y yo, camino tranquila de la mano de sentimientos que tu odias y que mientras sonrio tu vas creciendo, encerrada en aquella habitación. 

Tristeza, tu te esconderás por unos días y me dejarás vivir entre alegrias, pero entonces, un día abrirás la puerta del encierro, y te apoderarás de mi con fuerza... ¿No es cierto? ¿No es cierto que si te escondo y te amarro y te vendo la boca para que no me grites, tu volverás con fuerza a esconderme, amarrarme y vendarme la boca para que no sonria? 

Yo por eso no te escondo amiga mía, porque te temo, porque reprimirte solo te da armas contra mí, Yo prefiero pelear contigo mientras puedo vencerte. Yo por eso no te niego ni me avergüenzo de tus esporádicas visitas a mi tranquilidad. 

Sabes que eres bienvenida, te digo cuando te despido, pero qué poco bienvenida eres cuando decides regresar. 

viernes, 4 de junio de 2010

In Memoriam

"La memoria es un espejo opaco y vuelto añicos, o, mejor dicho, está hecha de intemporales conchas de recuerdos desperdigadas sobre una playa de olvidos"
Héctor Abad Faciolince

La memoria es uno de esos artilugios de la mente que más contraproducentes encuentro, es lo más parecido a un arma de doble filo, usted no puede gobernar su memoria pero cuando ella decide retener algo, bajo su propia e inalterable voluntad, ese recuerdo puede causarle los momentos más felices o por el contrario, puede llevarlo a un estado de letargo y desasosiego por bastante tiempo. Sin embargo, el enemigo no es precisamente la memoria, la memoria es sólo el baúl donde la mente y el corazón guardan lo que salvaron de la guerra con el olvido... Como todo lo vivo está dispuesto a la muerte, todo lo pensado, lo dicho, lo amado, está condenado al olvido.

El olvido es un ladrón sigiloso, que atrapa las cosas más amadas, que linda con los dolores y atemoriza a los más valientes, créame, usted no es enemigo para el olvido, él lo vencerá con la facilidad con la que las olas vencen el viento, a menos que usted, querido lector, se arme de valentía y tome la pluma como espada y la tinta como capa (O para ser menos poéticos, el teclado y la pantalla) para escribir, retratar e intentar perpetuar sus memorias.

En contra de lo olvidado, está lo escrito... Quizás el olvido atrape sus letras, pero usted, las podrá revivir cuando en un viejo cajón encuentre las viejas y mal acomodadas palabras que escribió o que le escribieron, cuando recuerde los olores que su nariz percibía la primera vez que las leyó y las sonrisas o lágrimas que ,como polaroids, acompañan los momentos recordados.

El olvido, como todo en la vida, también puede llegar a ser un aliado, pero eso será tema de otra noche...