sábado, 20 de agosto de 2011

Estoy mordiendo un lápiz.


Estoy mordiendo un lápiz. Morder lápices es la mejor manera que se me ocurre ahora para canalizar el odio, la angustia, el miedo, incluso la tristeza - que es la base de todo lo anterior -. Me siento triste porque me ilusiono rápido, tengo ganas de ser un avestruz para esconder la cabeza y pasar desapercibida, ser invisible; no invisible como ya lo soy, sino verdaderamente invisible, poder llorar sin que nadie pregunte por qué o morder personas en vez de lápices sin que los otros me miren como se mira a las mujeres que muerden a los hombres sin otra pretensión más que sólo morderlos.

En inglés, cuando uno dice “Bite me” está mandando al otro al carajo, pero en español decir “muérdeme” es invitar a un juego de complicidad: Yo me la paso diciéndole “Bite me” a la vida, al amor, a todo. El lío es que mi lengua materna siempre prevalece y cuando digo “jódete y déjame sola” en inglés, lo que subyace es un murmullo de paz, un bonito imperativo. Muérdeme.

Me pregunto qué responderá la vida ante mi imperativo.                                                                                      (Y cuando digo “la vida”, me refiero a ti.)

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