Pongamos que te encierro aquí, Tristeza.
Te encierro en esta habitación, cómoda para tu incertidumbre y me marcho a vivir una vida normal.
Digamos que te quedas quieta y al cerrar la puerta yo me olvido de ti.
Nunca más me molestas ni yo me molesto en ponerte atención, en alimentarte con mis lágrimas y arullarte con mis miedos.
Supongamos que yo puedo darte la espalda y tu no me seguirás, que mi alma te desconoce y yo, camino tranquila de la mano de sentimientos que tu odias y que mientras sonrio tu vas creciendo, encerrada en aquella habitación.
Tristeza, tu te esconderás por unos días y me dejarás vivir entre alegrias, pero entonces, un día abrirás la puerta del encierro, y te apoderarás de mi con fuerza... ¿No es cierto? ¿No es cierto que si te escondo y te amarro y te vendo la boca para que no me grites, tu volverás con fuerza a esconderme, amarrarme y vendarme la boca para que no sonria?
Yo por eso no te escondo amiga mía, porque te temo, porque reprimirte solo te da armas contra mí, Yo prefiero pelear contigo mientras puedo vencerte. Yo por eso no te niego ni me avergüenzo de tus esporádicas visitas a mi tranquilidad.
Sabes que eres bienvenida, te digo cuando te despido, pero qué poco bienvenida eres cuando decides regresar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario