lunes, 1 de noviembre de 2010

Oh, the possibility!




La verdad es que ya todo estaba dicho, se habían despedido hacía un poco más de un mes. Llevaban una relación sencilla, un poco clandestina y extraña para los terceros.

Podían pasar horas en la cama y no sólo entregándose el uno al otro con la misma emoción con la que lo hicieron la primera vez; pasaban el tiempo el uno junto al otro sin hablar, leyendo o viendo alguna de esas películas que la hacían tan feliz y cuyo título él siempre pronunciaba mal. Tenían discusiones como cualquier pareja, se enfrentaban por la pasividad de él y la impulsividad de ella, creyeron que se adaptarían. 

Terminaron lo que nunca empezaron con certeza porque el amor se parece a la comida y es poco apetitoso cuando se sirve frío.  Se fueron dejando poco a poco, el silencio ya no era agradable y las conversaciones habían perdido ese toque de sorpresa que los había hecho, digamos, enamorarse. 

El adiós fue sencillo, nadie lo dijo. Eran buenos con los eufemismos y aun mejores interpretando sus lenguajes corporales. 

Todavía tenían algunos amigos en común. Era el fin de semana esperado por todos. Las identidades podían cambiarse y las máscaras podían quedarse o quitarse sin que nadie se sintiera juzgado u ofendido. Coincidieron en la misma fiesta. 

Se saludaron cordialmente, "está superado" pensaron quienes los acompañaban. Él entró solo, ella también. La noche cayó y la música subió, se reencontraron en uno de esos pasadizos de bar en los que siempre hay alguien besuqueándose. Hicieron lo propio. 

Él la detuvo, la miró y siguió su paso. Ella sonrió, no por el beso, sino por la puerta que ese caluroso encuentro abrió: La posibilidad. 

Siguió bailando, lo miraba de reojo de cuando en vez. Bailaba con otros pero sabía que al final de la noche se iría con él, ¡oh la posibilidad...! No fumaba pero decidió tomar un poco de aire, salió y lo vio con alguna bonita pero desconocida chica. Él fumaba y giró para soltar el humo, ella los miraba fijamente y sin discreción. No tuvo otro remedio; "- Te presento a Clara, ella es... mi novia" Dijo con un volumen cada vez más bajo.

La noche siguió igual. Ella no lloró, no hubo reproches ni reclamos, tampoco sexo de revancha. Bailó un poco más y tomó un taxi. Sólo cuando, como una maldita cachetada del destino, sonó una de esas canciones que a él le gustaban entendió que ninguna vida angustia más que esa que lleva a cuestas una posibilidad perdida y ninguna pérdida duele más que la de una posibilidad. 

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